Aunque Brasil abolió oficialmente la esclavitud en 1888, lo cierto es que esta práctica denigrante continúa repitiéndose en el país latinoamericano. Desde mediados de los años noventa, el grupo de investigadores del Estado ha liberado a 10. 731 personas que se encontraban esclavizadas en fincas repartidas por todo el país. Y en lo que va de año, según el Ministerio de Trabajo brasileño, han sido liberadas más de 2.000 personas en semejantes condiciones. Y es que, ante la falta de oportunidades, miles de personas sin recursos no tienen otra opción que abandonar sus casas para trabajar en las plantaciones de café, caña de azúcar y soja. O, simplemente, son engañados por terratenientes que los reclutan de las zonas más pobres del país. Para ellos, no quedan muchas más opciones de supervivencia.
Sin embargo, lo que se encuentran muchos de ellos dista poco de las condiciones que se aplicaban hace más de ciento veinte años, cuando la esclavitud era considerada legal. Los trabajadores son sometidos a extenuantes jornadas de trabajo y, por si fuera poco, su sueldo es retenido para lograr el pago de los productos que estos son obligados a adquirir en los mercados de las propias fincas. Es decir, que hasta les cobran por la comida y el alojamiento, de manera que su deuda no hace más que crecer y no pueden abandonar las fincas de sus explotadores. Algunos, los más valientes, deciden escapar.
Cuando Luiz Inacio Lula da Silva llegó al poder en 2003, fijó como una de sus prioridades poner fin al trabajo esclavo. Sin embargo, el mandatario brasileño no ha logrado sacar adelante una ley que permita la expropiación para uso agrario de aquellas tierras en las que se practique la esclavitud.