El consumo
de alimentos modificados genéticamente está generando una enorme polémica. Mientras
se sigue discutiendo sobre su conveniencia, estos productos ya se encuentran en
nuestra dieta, y muchos consumidores ni siquiera lo saben.
Artículo publicado en Sevilla Report
Se denominan alimentos transgénicos aquellos que han sido
producidos a partir de un Organismo
Genéticamente Modificado (OGM). Estos surgieron a raíz de los avances en el
campo de la biotecnología, los cuales permitieron la manipulación de los genes
de un ser vivo para modificar sus características. A simple vista, no existen
diferencias entre un alimento transgénico y otro convencional, pero sí que las
hay respecto a su origen genético. Para la obtención de un OGM se realiza un
proceso en el que se separan determinadas partes del ADN de una especie para
incorporarle nuevas características que permiten, por ejemplo, una mayor
resistencia a los herbicidas. La mayoría de las investigaciones en este campo son
realizadas por empresas privadas, como la norteamericana Monsanto, líder
mundial en agrotecnología.
Existen dos tipos de cultivos transgénicos: los diseñados para
resistir plagas
y los tolerantes a herbicidas. En la actualidad se utilizan en todo el
mundo unas setenta variedades transgénicas, entre las que destacan el maíz, la
soja y el algodón. Aunque muchos de ellos se usan para la elaboración de piensos
animales, la mayoría acaban de igual forma en la cadena alimentaria de los
seres humanos. Algunas variedades transgénicas, como el maíz, la soja y sus
derivados, ya están presentes en más del 60% de los alimentos
procesados, como chocolates, patatas fritas, margarina y algunos platos
preparados. Muchas personas ni siquiera saben que están consumiendo alimentos cuyos
genes han sido modificados.
En la última década, el cultivo de transgénicos está experimentado un enorme crecimiento,
al igual que su consumo. Sin embargo, su expansión está generando una enorme
polémica. Los defensores de este tipo de agricultura alegan que las semillas
modificadas permiten optimizar las cosechas y combatir los efectos del clima y
las plagas, mientras que sus detractores advierten de los daños que puede
provocar a la salud humana y al medio ambiente. Ambas posturas citan diversos
estudios que respaldan sus argumentos, aunque muchos de ellos proceden de las
propias partes interesadas.
Así, gran parte de las razones a
favor del uso de organismos modificados proceden de las propias compañías que
los comercializan. Estas alegan que no existen estudios rigurosos que
desaconsejen el cultivo de transgénicos, e insisten en que su uso permite
optimizar las cosechas, evitando que las plagas y las condiciones climáticas
disminuyan el rendimiento de las mismas. “Lo que necesitamos es que la gente
crea a los científicos en lugar de a Greenpeace”, opina
Marc Van Montagu, uno de los creadores de este tipo de cultivos. Otros
defensores de los OMG han llegado a
argumentar que este sistema podría acabar con el hambre en el mundo. Sin
embargo, esta teoría parece no tener en cuenta que dicho problema no se debe a
la carencia de alimentos a nivel mundial, sino a su injusta distribución y a las normativas
nacionales e internacionales que perpetúan la situación. La realidad es que a
las grandes empresas del sector agroindustrial les interesa producir estos
alimentos porque suponen una enorme fuente de beneficios y poder monopolístico,
de manera que luchan por crear nuevos productos y patentarlos antes que sus
competidores.
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Por su parte, los detractores de la agricultura transgénica advierten
que el consumo de este tipo de
alimentos lleva aparejados diversos riesgos que afectan a la salud humana, al
medio ambiente y a la estructura económica y social de los lugares en los que
son producidos. Entre las amenazas para la salud, los colectivos ecologistas
advierten del uso abusivo de herbicidas, como el glifosato, el atrazina
o el paraquat, que también son producidos por las mismas empresas. Esta necesidad va creciendo con el
tiempo debido a que las plagas se hacen resistentes a los herbicidas. “Al igual
que con los antibióticos, el uso continuado promueve cada vez mayor inmunidad
en los organismos que se quiere combatir”, destaca la investigadora Silvia Ribeiro.
Algunos estudios han
demostrado una mayor presencia de residuos tóxicos en los alimentos
transgénicos que en los tradicionales, y alertan de los posibles daños en el sistema inmunológico, desequilibrios
hormonales, etc. En numerosos lugares del mundo se ha registrado un
importante incremento de enfermedades y
deformaciones físicas a causa del uso de estos tóxicos. Hay que terminar de
raíz con este experimento masivo donde nos envenenan a todos para favorecer el
lucro de unas cuantas trasnacionales”, añade
Silvia Ribeiro.
Por otra parte, la
agricultura transgénica también representa importantes riesgos para el medio
ambiente, como la contaminación de variedades tradicionales por parte de las
modificadas debido a la dispersión del polen por el viento. El
tratamiento con herbicidas también podría infectar a otros cultivos colindantes, advierten las plataformas
ecologistas. Además, el uso de productos químicos supone una amenaza
para los suelos, los recursos hídricos y las especies vivas.
En cuanto a los
riesgos para la estructura económica y social, es evidente que la expansión de
los transgénicos supone una amenaza para la supervivencia de millones
de agricultores en todo el mundo. Y es que las semillas modificadas están
protegidas por estrictos derechos de
propiedad intelectual. Las grandes
empresas del sector pugnan por
patentar y comercializar nuevas especies con la intención de crear un negocio
monopolístico que convertiría a los agricultores en obligados clientes de
estas. En este sentido, la extensión de los cultivos transgénicos constituye
la privatización de uno de los derechos más básicos de las personas, el de
la alimentación. Este monopolio de las multinacionales pone en riesgo la
soberanía de los pueblos y de los países, como advierten numerosos agentes
sociales. En diversas partes del mundo,
las compañías han demandado a miles de agricultores por sembrar especies
patentadas por ellas.
“El 21 de mayo 2004, el Tribunal Supremo de Canadá declaró a Percy
Schmeiser culpable del insólito delito de utilizar para la siembra semillas de
su propia cosecha, que contenían un gen “propiedad” de la multinacional agroquímica
Monsanto. Schmeiser no tenía el menor interés en utilizar la variedad patentada
por la compañía, pero el polen de campos transgénicos vecinos había contaminado
su cultivo”. Ecologistas
en Acción.
Asimismo, las semillas
transgénicas valen de media un 10% más caras que las convencionales y deben
comprarse año tras año, ya que están diseñadas para disminuir el rendimiento si
se usan las de temporadas anteriores. Por lo tanto, no pueden almacenarse o
intercambiarse, prácticas habituales
en la agricultura tradicional. Esto
reduce aún más el escaso margen de beneficios de los agricultores mientras las
empresas productoras incrementan sus ingresos continuamente.
Los gigantes de la alimentación
Actualmente,
el negocio de semillas transgénicas está
manejado por seis empresas: Monsanto, Syngenta, Basf, Dow, Bayer y DuPont.
Dichas compañías llevan décadas dedicándose a la fabricación de productos
químicos, como fertilizantes o insecticidas, y también de otros como el napalm
o el agente naranja, elementos tóxicos utilizados en numerosos conflictos
armados. El uso de sus productos está asociado a diversos desastres ambientales
y de la vida humana debido a la contaminación de alimentos, suelos y recursos
hídricos. En países como Vietnam e India, aún hoy, siguen naciendo personas con
problemas respiratorios, deformaciones o mayor probabilidad de padecer un cáncer
durante su vida.
El caso es
que las empresas agrotecnológicas se lanzaron a la fabricación de semillas
transgénicas con el objetivo de adueñarse de todo el proceso de producción
agraria, el cual supone una inacabable fuente de ingresos. Con el beneplácito
de las autoridades internacionales, han convertido en negocio lo que debería
ser un derecho universal básico. Monsanto, la empresa líder en el
sector, controla
actualmente el 90% de las
patentes biotecnológicas. En el documental El mundo según Monsanto, la periodista francesa Marie-Monique Robin muestra
que los vínculos de la empresa con los gobiernos estadounidenses provienen desde
los años cuarenta del pasado siglo.
El Roto |
La superficie cultivada con transgénicos no ha dejado de
crecer desde los años noventa, al igual que su consumo. Actualmente hay en el
mundo unos mil millones de hectáreas dedicadas a este tipo de agricultura,
equivalente a la extensión de China. “El 85% de la soja que se
consume en la UE está modificada genéticamente", afirma
Carlos Vicente, director de Biotecnología de Monsanto. EEUU, Brasil, Argentina,
India, Canadá y China son, por este orden, los mayores productores a nivel mundial, y representan más
del 90% del total cultivado. Por su parte, España es el mayor productor
europeo.
En los países
donde se siembran organismos modificados, los agricultores tienen cada vez
menos opciones. "La libertad de elección es más que dudosa, señala
Juan Felipe Carrasco, de Greenpeace. Hay agricultores que ni siquiera saben que
están comprando transgénicos". Además, debido a la dispersión del polen,
numerosas plantaciones ecológicas se han visto contaminadas por otras
transgénicas, con las consiguientes pérdidas económicas para los agricultores.
"Si mi maíz está contaminado, se desclasifica como ecológico. El único
modo de evitar la contaminación es iniciar la siembra, que tocaría en mayo, a
finales de junio. Pero retrasarla significa obtener 4.000 kilos de maíz en
lugar de 8.000. Son demasiadas pérdidas. En el pueblo somos cuatro gatos, ¿cómo
iba a denunciar a mis vecinos?", declara
Juli Vergé, agricultor de la provincia de Lleida.
Con la excusa de mejorar la agricultura y acabar con el
hambre en el mundo, los gobiernos y organismos internacionales están
concediendo un enorme poder al imperio transgénico. Por este motivo, no existe
una normativa específica para este tipo de alimentos a nivel internacional. Los
principales productores no se adhieren a los escasos e insuficientes acuerdos
existentes en este sentido, y presionan al resto de países para evitar
cualquier regulación en este sentido, calificándolo como “barreras
comerciales”.
EEUU considera que los organismos modificados no requieren
una regulación especial a la del resto de alimentos, de manera que estos campan
a sus anchas sin ningún impedimento. Por su parte, la Unión Europea ha
establecido una regulación más restrictiva, aunque aún insuficiente, con normas
relativas al uso, comercialización y el etiquetado de estos productos. Actualmente,
en el espacio comunitario se permite la plantación de varios tipos de maíz y
uno de patata,
aunque este no está orientado al consumo humano. La variedad más extendida en
el continente es el maíz Bt, que
incluye un gen insecticida en las semillas, y cuya marca más vendida es la MON
810, producida por el gigante Monsanto.
A pesar de mantener una postura más cautelosa respecto a
este tipo de agricultura, la Unión
Europea muestra también una actitud complaciente hacia la industria
transgénica. Es de sobra conocida la postura del presidente de la Comisión
Europea, José Manuel Durao Barroso, a favor de este tipo de cultivos. Aunque
cada país puede decidir si los permite o no, la Comisión tiene potestad para
aprobar unilateralmente cualquier decisión en este sentido si no existe acuerdo
entre los países. Y así lo hace. Escudándose en los informes de la Agencia
Europea de Seguridad Alimentaria (AESA), criticados por los grupos ecologistas
por su falta de independencia, el ejecutivo comunitario concede cada vez más
licencias para la plantación de nuevos productos modificados.
Los principales valedores de los cultivos transgénicos son
Holanda y España, el principal productor y uno de los mayores importadores de
este tipo de alimentos en el continente. Mientras, hay otros países (Francia,
Austria, Alemania, Hungría, Luxemburgo, Polonia, Irlanda, Grecia, Italia y
Rumanía) que, basándose en sus propios estudios científicos, mantienen una actitud de precaución al
respecto y han establecido restricciones y periodos de moratoria al cultivo
de estas especies. Para establecer su prohibición, Francia argumentó la posible
contaminación de plantaciones ecológicas por parte de las transgénicas, alegando
que la dispersión del polen puede alcanzar distancias "kilométricas".
Por su parte, Alemania ha vetado recientemente el cultivo de una modalidad
transgénica de Monsanto destacando que existen "pruebas suficientes de que
el maíz del tipo MON 810 implica un deterioro del medio ambiente", según destacó
la ministra de Agricultura Ilse Aigner.
Las organizaciones ecologistas advierten de que el espacio
comunitario carece de legislación relativa a la responsabilidad en caso de
daños a la salud y al medio ambiente. A pesar de que la normativa exige el
etiquetado de todos los alimentos procedentes de OMG, Ecologistas en Acción considera
una “trampa” que estén exentos de esta obligación la leche, los huevos y la
carne de animales alimentados con piensos transgénicos. “Teniendo en cuenta que
la mayor parte de los cultivos transgénicos actuales (soja, maíz, colza) van
destinados a piensos compuestos, esto quiere decir que los transgénicos siguen
entrando en la cadena alimentaria sin que el consumidor pueda percibirlo, y
decidir por tanto si quiere consumir este tipo de productos o no”, añade la
organización.
Enlace al artículo en Sevilla Report
Muchas gracias Melisa. Me alegro de que te haya gustado el artículo. Ojalá la humanidad alcance la capacidad de saber y decidir respecto a su propia alimentación. Saludos
ResponderEliminarEs increible, si supiéramos más de una cosa nos echaríamos las manos a la cabeza. Ya tampoco sabe uno lo que se mete en el organismo.
ResponderEliminarA dónde vamos a llegar....
Saludos al blog, excelente artículo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Eva
ResponderEliminarHola. La verdad que meter agrotóxicos en la agricultura es un error enorme realmente. Creo que los alimentos que no lo tienen son los ideales para alimentarnos. Todos deberíamos saber un poco más de Agricultura. Saludos.
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