lunes, 13 de julio de 2009

“Desde que pusieron los bolos no puedo enviar nada a mi familia”

NIGERIA: ALARMA EN LA PETROCRACIA


La bajada de los precios del petróleo y el florecimiento de grupos armados amenazan la estabilidad alcanzada por Nigeria, el principal exportador africano de crudo. Hace unos años, la falta de oportunidades y las tensiones políticas y religiosas provocaron el éxodo forzado de muchos miles de nigerianos. Como Kingsley, que, tras cinco años en España, intentaba reunir dinero para visitar a su familia. Hasta que una decisión ajena multiplicó sus problemas.

Nigeria es la nación más poblada de África, y en la que un 70% de la población vive en la pobreza. En el sur del país, hace un par de décadas, la población vivía de la agricultura y la pesca. A partir de entonces desembarcaron allí las empresas multinacionales para la extracción de crudo e hidrocarburos, cuyos ingresos fueron permitiendo alcanzar al Gobierno una creciente estabilidad política. De esta manera, el pasado año el PIB nigeriano creció por encima del 6% gracias al aumento de las exportaciones. Sin embargo, la bajada de los precios del petróleo por la crisis económica ha supuesto un recorte drástico en los intercambios comerciales y, ha provocado la pérdida de miles de empleos. Y el aumento de los precios de los alimentos ha golpeado a los más pobres, es decir, la mayoría del país. El Gobierno de Umaru Yaradua afirmó que pondría en práctica un plan destinado a elevar el gasto público y apostar por otros sectores para diversificar la economía nigeriana.

Pero el creciente equilibrio que ha ido alcanzando paulatinamente el país africano se ha visto amenazado ocasionalmente por diversas bandas armadas con reivindicaciones políticas, étnicas o religiosas. Como el Movimiento para la Emancipación del Delta del Níger (MEND), al que se acusa de estar detrás del asalto al palacio presidencial de Guinea Ecuatorial el pasado febrero, y la Fuerza Voluntaria del Pueblo del Delta del Níger, que ha pasado de robar petróleo de los oleoductos de la multinacional Shell a luchar por la independencia de la región. Afirman que el petróleo pertenece al pueblo y se muestran contrarias a la contaminación que las empresas extranjeras están provocando en la zona. Las constantes escaramuzas contra instalaciones petrolíferas han provocado numerosas pérdidas a las compañías, e incluso han obligado en ocasiones a detener la producción.

Según Amnistía Internacional, quienes habitan el Delta del Níger tienen que beber, cocinar y lavarse con agua contaminada” debido al deterioro ocasionado por las actividades petroleras. Con lo cual, apenas pueden cultivar sus tierras o pescar. Y la falta de alternativas ha llevado a muchos de sus habitantes a unirse a alguna de las guerrillas existentes en la zona, ya que ofrecen seguridad y educación a quienes se encuentran bajo su dominio. El descenso de las exportaciones y el consiguiente aumento del desempleo, unido al florecimiento de estos grupos, amenazan nuevamente la estabilidad del país africano.

Kingsley es un inmigrante nigeriano nacido en Lagos, la capital del país, hace 38 años. Su trabajo como mecánico apenas le permitía subsistir, por lo que, ante la falta de alternativas, decidió emigrar como ya habían hecho otros antes. “En mi país había violencia y poco trabajo. Con el dinero que ganaba apenas tenía para sobrevivir”, afirma. Dejando atrás a su familia, emprendió sólo el viaje hacia lo desconocido hace cinco años. Primero en autobús, hasta Marruecos, y posteriormente en patera hacia España, jugándose la vida en el mar. “Era la primera vez que lo hacía. Iba acompañado por unas treinta personas. Nadie murió, pero algunos enfermaron durante el camino. Tras cuatro días de viaje, llegamos a Valencia de noche. Nada más bajarnos de la patera, tuvimos que correr y dispersarnos para evitar ser detenidos si la policía aparecía. No he vuelto a ver a ninguna de esas personas”. Allí no encontró el ansiado trabajo, por lo que, tras dos meses viviendo en la calle y subsistiendo gracias a la ayuda de algunos compatriotas y conocidos, decidió probar suerte en Madrid.

En la capital comenzó a ganarse la vida aparcando coches, “aunque la policía me multó al menos tres veces por ello”, recuerda. Tras cuatro años en Madrid, Kingsley decide probar suerte en Sevilla, donde ahora lleva menos de un año. También sobrevivía como aparcacoches en La Cartuja, y pudo alquilar un piso junto con otros cinco inmigrantes de Mali, Senegal y Marruecos. Incluso, la mayoría de meses mandaba algo de dinero a su familia y había comenzado a ahorrar para poder visitarla este verano.

Un buen día, alguien en la Delegación de Urbanismo del Ayuntamiento de Sevilla le advirtió de que no podía continuar aparcando allí. Él no entendió por qué y dijo que seguiría haciéndolo porque era su forma de ganarse la vida. Entonces, fue cuando volvieron a decirle que “pondrían en la acera unos bolos para que no pudiera aparcar y obligarme a marcharme”. A partir de ese momento, las cosas se complicaron para Kingsley. Desde que los bolos fueron colocados, los coches apenas aparcan allí. Y al carecer de papeles para buscar un empleo mejor, tuvo que continuar su actividad aparcando en el mismo lugar, aunque apenas puede hacerlo un par de horas al día. “Antes ganaba más y mandaba dinero a mi familia, pero desde que pusieron los bolos es imposible. Vivo al mes con unos 200 euros. Con ese dinero, aquí se puede sobrevivir, aunque con muchos problemas, pero en mi país no puedes comprar nada”. Ocasionalmente, algunas personas le ayudan dándole ropa y comida, pero ha comenzado a concienciarse de que quizá este verano tampoco pueda visitar a su familia.

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