jueves, 23 de julio de 2009

El desastre de Mugabe's Beach

Zimbabue vive una situación dramática y la comunidad internacional no acude al rescate. El nuevo Gobierno de unidad nacional trata de poner fin al colapso económico, político y sanitario que sufre el país.

Recientemente, el gobierno chino anunció la concesión de un crédito de 675 millones de euros a Zimbabue para remediar la desesperada coyuntura económica que sufre el país africano. Pero dicha cantidad resulta insuficiente frente a los cerca de 6.000 millones que el ejecutivo zimbabuense necesita para reconstruir el país. Nada queda ya de la antigua y próspera Rodesia, colonia que estuvo bajo protectorado inglés hasta 1980, año en que alcanzó su independencia. El nuevo primer ministro, Morgan Tsvangirai, ha llevado a cabo una gira por numerosos países, a los que ha solicitado ayuda económica. Pero la comunidad internacional se muestra contraria a aportar nada mientras Mugabe, el octogenario mandatario que ha dirigido al país de forma desastrosa durante casi treinta años, siga formando parte del ejecutivo. Salvo al gigante asiático, que esta entrando con fuerza en el continente africano, hace la visto gorda hacia las violaciones de los derechos humanos y no realiza ninguna injerencia política; sólo le importan los recursos naturales que cada país le ofrece.

Actualmente, en Zimbabue los sistemas político, económico y sanitario se encuentran en pésimas condiciones. En noviembre de 2008, el Gobierno dejó de medir la inflación porque esta se duplica diariamente. La mayoría de escuelas y hospitales permanecen cerrados porque no hay dinero para pagar a médicos y profesores. Ningún comerciante aceptaba ya los billetes de cien trillones de dólares zimbabuenses que el Gobierno imprimía, por lo que Mugabe se vio obligado a convertir el rand sudafricano en moneda de cambio oficial junto con la nacional. Además, más del 90% de la población se encuentra en paro. Y a principios de este año, un brote de cólera azotó el país, habiéndose cobrado hasta ahora más de 4.000 vidas. Mientras tres cuartas partes de la población no tiene para comer, altos mandos del ejército y funcionarios cercanos a Mugabe se hacen con la moneda extranjera al cambio oficial y la revenden a la población a precios muy por encima de mercado.

Si vivir en Zimbabue se antoja complicado, aún más resulta estar privado de libertad en una de las prisiones del país. Las prisiones albergan al triple de reclusos de los que pueden acoger. En la cárcel de Chikurbi, en Harare, mueren al mes una media de 60 reclusos debido a la falta de alimentos. Sólo algunos privilegiados consiguen probar el menú ofrecido en las prisiones, compuesto de harina mezclada con agua. Y es que, al no haber comida para todos, cada día se libran en las cárceles del país duras peleas por la supervivencia. Y las autoridades han reconocido que algunos presos se alimentan de ratas que cazan en las prisiones.

El desastre que sufre hoy Zimbabue comenzó en los años 90, cuando el Gobierno de Mugabe realizó grandes inversiones en servicios públicos, y desde ahí los gastos públicos no dejaron de crecer. La intervención en la Guerra del Congo (1998-2003) sólo sirvió para seguir vaciando aún más las arcas estatales. El colmo llegó en el año 2000, cuando Mugabe inició una cruzada mediante expropiaciones forzosas contra los granjeros blancos, propietarios de las mejores tierras, las cuales acabaron en manos de altos cargos del Ejército y lacayos del presidente. Pero estos nuevos dueños no tenían conocimientos agrícolas, con lo que ahí comenzó el colapso del sistema agrario del país, la principal fuente de subsistencia de la población hasta entonces. Además, ese mismo año dejó de pagarse la deuda externa. En palabras de Tony Hawkins, economista de la Universidad de Harare, "el declive se inicio cuando el gobierno, tras una inversión necesaria en escuelas, carreteras u hospitales, siguió manteniendo una política insostenible de gasto público". Pero estos gastos ya no se destinaban a servicios para la población, sino para el propio Mugabe y sus siervos. El presidente gastó 200.000 euros para celebrar por todo lo alto su 85 cumpleaños, mientras los hospitales del país permanecen desiertos ante la falta de medios. Y eso que en esta ocasión se habían recortado los gastos de la celebración, los cuales fueron cinco veces superiores el pasado año.

Tras la crisis económica vino la política. Mugabe fue perdiendo apoyo popular tras casi treinta años de mandato semi-dictatorial. Tanto que tuvo que amañar los comicios de marzo de este año para no tener que abandonar el poder, dejando al país al borde de la guerra civil. Para poner fin a la crisis política, en febrero la mediación internacional obligó a Mugabe a ofrecer a su rival en los comicios, Morgan Tsvangirai, la formación de un gobierno de unidad nacional encabezado por este, criticado por amplios sectores de ambos partidos y en el que las desconfianzas saltan a la vista.

lunes, 13 de julio de 2009

“Desde que pusieron los bolos no puedo enviar nada a mi familia”

NIGERIA: ALARMA EN LA PETROCRACIA


La bajada de los precios del petróleo y el florecimiento de grupos armados amenazan la estabilidad alcanzada por Nigeria, el principal exportador africano de crudo. Hace unos años, la falta de oportunidades y las tensiones políticas y religiosas provocaron el éxodo forzado de muchos miles de nigerianos. Como Kingsley, que, tras cinco años en España, intentaba reunir dinero para visitar a su familia. Hasta que una decisión ajena multiplicó sus problemas.

Nigeria es la nación más poblada de África, y en la que un 70% de la población vive en la pobreza. En el sur del país, hace un par de décadas, la población vivía de la agricultura y la pesca. A partir de entonces desembarcaron allí las empresas multinacionales para la extracción de crudo e hidrocarburos, cuyos ingresos fueron permitiendo alcanzar al Gobierno una creciente estabilidad política. De esta manera, el pasado año el PIB nigeriano creció por encima del 6% gracias al aumento de las exportaciones. Sin embargo, la bajada de los precios del petróleo por la crisis económica ha supuesto un recorte drástico en los intercambios comerciales y, ha provocado la pérdida de miles de empleos. Y el aumento de los precios de los alimentos ha golpeado a los más pobres, es decir, la mayoría del país. El Gobierno de Umaru Yaradua afirmó que pondría en práctica un plan destinado a elevar el gasto público y apostar por otros sectores para diversificar la economía nigeriana.

Pero el creciente equilibrio que ha ido alcanzando paulatinamente el país africano se ha visto amenazado ocasionalmente por diversas bandas armadas con reivindicaciones políticas, étnicas o religiosas. Como el Movimiento para la Emancipación del Delta del Níger (MEND), al que se acusa de estar detrás del asalto al palacio presidencial de Guinea Ecuatorial el pasado febrero, y la Fuerza Voluntaria del Pueblo del Delta del Níger, que ha pasado de robar petróleo de los oleoductos de la multinacional Shell a luchar por la independencia de la región. Afirman que el petróleo pertenece al pueblo y se muestran contrarias a la contaminación que las empresas extranjeras están provocando en la zona. Las constantes escaramuzas contra instalaciones petrolíferas han provocado numerosas pérdidas a las compañías, e incluso han obligado en ocasiones a detener la producción.

Según Amnistía Internacional, quienes habitan el Delta del Níger tienen que beber, cocinar y lavarse con agua contaminada” debido al deterioro ocasionado por las actividades petroleras. Con lo cual, apenas pueden cultivar sus tierras o pescar. Y la falta de alternativas ha llevado a muchos de sus habitantes a unirse a alguna de las guerrillas existentes en la zona, ya que ofrecen seguridad y educación a quienes se encuentran bajo su dominio. El descenso de las exportaciones y el consiguiente aumento del desempleo, unido al florecimiento de estos grupos, amenazan nuevamente la estabilidad del país africano.

Kingsley es un inmigrante nigeriano nacido en Lagos, la capital del país, hace 38 años. Su trabajo como mecánico apenas le permitía subsistir, por lo que, ante la falta de alternativas, decidió emigrar como ya habían hecho otros antes. “En mi país había violencia y poco trabajo. Con el dinero que ganaba apenas tenía para sobrevivir”, afirma. Dejando atrás a su familia, emprendió sólo el viaje hacia lo desconocido hace cinco años. Primero en autobús, hasta Marruecos, y posteriormente en patera hacia España, jugándose la vida en el mar. “Era la primera vez que lo hacía. Iba acompañado por unas treinta personas. Nadie murió, pero algunos enfermaron durante el camino. Tras cuatro días de viaje, llegamos a Valencia de noche. Nada más bajarnos de la patera, tuvimos que correr y dispersarnos para evitar ser detenidos si la policía aparecía. No he vuelto a ver a ninguna de esas personas”. Allí no encontró el ansiado trabajo, por lo que, tras dos meses viviendo en la calle y subsistiendo gracias a la ayuda de algunos compatriotas y conocidos, decidió probar suerte en Madrid.

En la capital comenzó a ganarse la vida aparcando coches, “aunque la policía me multó al menos tres veces por ello”, recuerda. Tras cuatro años en Madrid, Kingsley decide probar suerte en Sevilla, donde ahora lleva menos de un año. También sobrevivía como aparcacoches en La Cartuja, y pudo alquilar un piso junto con otros cinco inmigrantes de Mali, Senegal y Marruecos. Incluso, la mayoría de meses mandaba algo de dinero a su familia y había comenzado a ahorrar para poder visitarla este verano.

Un buen día, alguien en la Delegación de Urbanismo del Ayuntamiento de Sevilla le advirtió de que no podía continuar aparcando allí. Él no entendió por qué y dijo que seguiría haciéndolo porque era su forma de ganarse la vida. Entonces, fue cuando volvieron a decirle que “pondrían en la acera unos bolos para que no pudiera aparcar y obligarme a marcharme”. A partir de ese momento, las cosas se complicaron para Kingsley. Desde que los bolos fueron colocados, los coches apenas aparcan allí. Y al carecer de papeles para buscar un empleo mejor, tuvo que continuar su actividad aparcando en el mismo lugar, aunque apenas puede hacerlo un par de horas al día. “Antes ganaba más y mandaba dinero a mi familia, pero desde que pusieron los bolos es imposible. Vivo al mes con unos 200 euros. Con ese dinero, aquí se puede sobrevivir, aunque con muchos problemas, pero en mi país no puedes comprar nada”. Ocasionalmente, algunas personas le ayudan dándole ropa y comida, pero ha comenzado a concienciarse de que quizá este verano tampoco pueda visitar a su familia.